jeudi 13 janvier 2011

Suicidios

Pienso en formas de morirme. Ante la inevitable vejez, ante la miseria del mundo, por el calentamiento global y la falta de seguridad social. Cuando creo que ya he visto demasiado, cuando compruebo que ya viví suficiente. Porque no hay modo de negar que la vida es dura y –si me permito el juego– mucho dura.
Y soy cobarde: le temo al dolor, a las agujas, a los dos segundos que tardaría en recorrer 19 metros en caída libre, a los retortijones, al fracaso: quedar igual de miserable y además idiota o chueca no es una opción.

Por si fuera poco pienso en los demás. Nadie merece arribar a un sitio para encontrar a su hija, madre, suegra, nuera, prima, cuñada, vecina, hermana, amada, compañera, amiga, confidente, enemiga, ex-amada, conocida, maestra, alumna, paciente, médica, abogada, marchanta, cliente, con sabrá el cielo qué rictus rodeada de paredes a lo Jackson Pollock en tonos de rojo desde el bermellón hasta el granate. Ningún tanseúnte desconocido merece ver y oír que la de al lado se lanza a las vías del metro justo antes de que el tren arribe a la estación, sin que el conductor o la conductora, inocente y sorprendid@ alcance a frenar. ¿Colgarse de un puente? Para que los
x o los y se lleven el crédito, no gracias.
A pesar de la frecuencia con que se documentan crímenes en los periódicos y en los noticieros nadie tendría que sufrir la sorpresa, el horror, el desaliento, la impotencia, la pesadilla, la desazón, la culpa, el susto, la impresión, la interrogación sin respuesta, la acusación sin defensa, la explicación sin réplica, la hipótesis irrebatible. La página en blanco.

Fantaseo con una avestruz –¿por qué una avestruz?– corriendo en la pradera, es una tarde cálida, clara. De pronto una bala mortal la alcanza y antes de que su cabeza se dé cuenta, ella sigue corriendo y se desploma, está viendo el cielo, el horizonte, siente el viento en la cara y ya está muerta. Es romántico.
Mi otra fantasía es patética: un pato salvaje que emprende cada día su jornada migratoria esperando ser atravesado por el proyectil que dispara un cazador furtivo. Aguza su oído porque este es el día ¡por fin le dispararán! y podrá caer en picada girando alrededor del eje pico-cola. Pero tanta esperanza es en vano. Le toca al de adelante, al de al lado, al de atrás, pero nunca a él. Años de aburridos viajes al trópico lo envejecen, lo endurecen, lo amargan. Tanto viaje para morir por ahí, en cualquier tejado discreto de su pueblo natal.
Es triste.

De momento la luz.
Aquí debo hacer una advertencia a mis potenciales lector@s:
las imágenes que se narran a continuación no son aptas para mentes o corazones sensibles o delicados. Si piensa, cree, o siente que pueden impresionarle detenga su lectura y si no lo hace sepa que va por su cuenta y riesgo.


Una vez escrito lo cual anuncio:
Voy a ser feliz, absurda e irracionalmente feliz. Feliz hasta la médula de los huesos, desde la punta del cabello hasta las uñas; sin requerir una razón, un triunfo, un evento exitoso; sin dudarlo. Por método, con disciplina. Me voy a esforzar para ser cada día un poco más feliz que el día anterior. Feliz.
No una payasa optimista con sonrisa de vendedora de tiempos compartidos, no. Sencilla y profundamente feliz, hasta brillar, hasta volar, hasta que haya agotado, si es que existe, la reserva de felicidad que haya para mi modesta existencia. Y entonces el tiempo pasará tan rápido que no importará cómo o cuándo suceda lo improbable: me caerá un rayo en una tormenta inesperada, o me embestirá una revolvedora sin frenos, o me clavará su aguijón el último bicho venenoso que se haya documentado en esta ciudad en años, o peor: me atacará una solitaria abeja africana cuya ponzoña sólo es mortal para los nacidos en marzo de 1971 que además tengan cierta enzima poco común en la sangre.
Tal vez alcance mi cráneo una pelota de béisbol que alguien dejó caer desde la estación espacial, con su respectiva energía cinética. Algo imposible.
Y en la cara tendré una sonrisa tan tersa que pareceré estúpida. Y quienes me quieran estarán tranquilos porque se abrazarán y se dirán ¡qué feliz era!
Y quienes no, bueno, el corazón se les ennegrecerá un poquito porque su rara envidia será inconfesable. No podrán decir en voz alta:–Yo nada más hubiera querido que fuera un poco infeliz. O –Lamento que fuera tan feliz todo el tiempo.

Entonces… todo habrá valido la pena.

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