Algunos de ustedes dirán que me tardé, otros pensarán que lo vieron venir, el caso es que ocurrió por fin: lo dejé.
No es que fuera soso. Era interesante, pero absorbente a más no poder. Me maltrataba, me estresaba. Me tenía el estómago y el corazón hechos trizas.
Pasé por la etapa de negación: no es tan malo/ debe haberlos peores/ ¿acaso merezco más?/ Tal vez esto sea para lo que me alcanza.
Luego asumí el reto: es que yo debo esforzarme más/ Es que si yo no fuera tan aprehensiva/ es que es cuestión de tiempo agarrarle el modo.
Un día me descubrí sintiendo miedo: ¿que va a ser de mí sin él?/ ¿qué voy a ser si no encuentro otro?/ Si me rindo tendré una medalla más en mi altar de fracasos.
Cada mañana era más difícil ir hacia él. Mi ánimo flaqueó. Me sentía triste, devaluada, poco atendida. Violentada. Hasta llegué a dudar de mis capacidades y saberes.
¿Cómo escapar? ¿Cómo recuperarme a mí misma? ¿Cómo ser firme, tajante y clara? Tenía que poner un hasta aquí.
Lloraba por cualquier cosa. Discutía por nimiedades y luego me sentía culpable, vacía y monstruosa. Por supuesto fea y tonta todo el tiempo. Estaba segura de que lo que hiciera carecía de sentido y no valía la pena reparar en ello.
Quería desaparecer, invocaba desastres naturales, pandemias, incendios, enfermedades que me inmovilizaran. Jugaba con las posibilidades de alejarme: reales o ficticias eran un incentivo.
Puse límites temporales: no llego a enero, no me veo en enero.
El domingo pasado encuentro en el periódico el anuncio de mi puesto de trabajo: están buscando quien me remplace ¡y no me lo han dicho!
Era todo lo que necesitaba. Yo sufriendo por no botarlo y era cuestión de tiempo quedarme sin él: ¡a volar! No quise que ese tiempo se alargara ni un minuto más.
Lo dejé.
No es que fuera soso. Era interesante, pero absorbente a más no poder. Me maltrataba, me estresaba. Me tenía el estómago y el corazón hechos trizas.
Pasé por la etapa de negación: no es tan malo/ debe haberlos peores/ ¿acaso merezco más?/ Tal vez esto sea para lo que me alcanza.
Luego asumí el reto: es que yo debo esforzarme más/ Es que si yo no fuera tan aprehensiva/ es que es cuestión de tiempo agarrarle el modo.
Un día me descubrí sintiendo miedo: ¿que va a ser de mí sin él?/ ¿qué voy a ser si no encuentro otro?/ Si me rindo tendré una medalla más en mi altar de fracasos.
Cada mañana era más difícil ir hacia él. Mi ánimo flaqueó. Me sentía triste, devaluada, poco atendida. Violentada. Hasta llegué a dudar de mis capacidades y saberes.
¿Cómo escapar? ¿Cómo recuperarme a mí misma? ¿Cómo ser firme, tajante y clara? Tenía que poner un hasta aquí.
Lloraba por cualquier cosa. Discutía por nimiedades y luego me sentía culpable, vacía y monstruosa. Por supuesto fea y tonta todo el tiempo. Estaba segura de que lo que hiciera carecía de sentido y no valía la pena reparar en ello.
Quería desaparecer, invocaba desastres naturales, pandemias, incendios, enfermedades que me inmovilizaran. Jugaba con las posibilidades de alejarme: reales o ficticias eran un incentivo.
Puse límites temporales: no llego a enero, no me veo en enero.
El domingo pasado encuentro en el periódico el anuncio de mi puesto de trabajo: están buscando quien me remplace ¡y no me lo han dicho!
Era todo lo que necesitaba. Yo sufriendo por no botarlo y era cuestión de tiempo quedarme sin él: ¡a volar! No quise que ese tiempo se alargara ni un minuto más.
Lo dejé.