dimanche 15 février 2009

Una (otra) historia sin fin –Cuarta parte–

Era mayo, llovía y el bosque urbano estaba húmedo a todas horas. La niebla agudizaba la oscuridad y a pesar de no ser una noche fría, se apetecía estar abrazados.

Salieron de una conferencia rumbo a la estación más cercana del metro. Caminaban bajo un paraguas de colores jugando entre los charcos. Sus sonrisas enormes brillaban en la bruma. Llegaron a la fuente, el ruido de los autos que pasaban indiferentes a tanta felicidad y el sonido del agua cercando a chorros a la Cazadora imponían un alto. La contemplación de una noche única, interminable en la memoria, fue sellada con un debutante beso de amor. (Lo supiéramos o no).


ST BOTOLPH’S
(fragmento)

Nuestra revista era meramente una inducción
a la noche y la fiesta. Yo había pronosticado
gastos desastrosos: una planetaria
certeza, según el libro de Próspero.
Júpiter estaba en conjunción con la luna llena
y en oposición a Venus. Gastos desastrosos
según ese libro. Para mí sobre todo.
La conjunción quema mi Sol natal.
Venus exactamente clavado en mitad de mi cielo.
Cosas de astrólogo frívolo. ¿Y qué?
El fácil exorcismo del toque de un ala de murciélago.
Nuestro Chaucer se habría quedado en casa con su Dante.
Habría localizado los planetas con precisión mayor.
Habría cavilado el tema más a fondo. ¿Qué más? Preferí
que astrólogos más serios se preocuparan
de la conjunción, conjuntar mi Sol, conjuntarlo
con su nativo Marte dominante. Y Chaucer
hubiera señalado el Sol de ese día en Piscis,
conjuntándose con tu ascendente opuesto
exactamente a mi Neptuno y fijado
en mi Décima Casa, la de la buena y la mala fama.
Nuestro Chaucer, creo, hubiese suspirado.
Nos habría asegurado, moviendo su apesadumbrada cabeza,
que ese día el sistema solar,
lo supiéramos o no, nos había casado.

Ted Hughes en Cartas de cumpleaños. Lumen, 1999.

(Continuará).

Renunciadora

Esta soy yo. No es de ahora, hace mucho que sé que soy una renunciadora. En el dilema de insistir o soltar soy de las que sueltan.
Lo que no sé es cuándo comencé a renunciar a cosas a las que muchos se aferrarían.
Supongo que eso me debería hacer más libre o más feliz, no lo sé de cierto. Pero definitivamente me ha definido.
Me pregunto si renuncio por no hacer esfuerzos o renuncio porque sé que, a pesar de mis esfuerzos, lo que no es no será.
Hay quienes sienten que aquéllo que vale la pena cuesta sangre, sudor y lágrimas. Mientras que yo creo que por la fuerza ni los calcetines caben.
Yo no lucho contra las huellas del tiempo en mi cuerpo, no persigo al amor, puedo pasar meses sin tener noticias de quienes amo. He aprendido a vivir sin abuelos y mi único amigo incondicional murió hace un año. Mi hermana y yo no podemos aspirar a reunirnos con nuestros padres sin que estalle una bomba de hidrógeno y a veces pienso que nunca pisaré Praga, ya no digamos África o la Antártida.
Puede que me parezca más a Maika de lo que creo, la claustrofílica renunció al mundo exterior, y todo parece indicar que ya encontró su burbuja de seguridad. Así que yo buscaré la mía, renunciaré a todo lo de afuera y lo que tenga que ser, pues ya veremos.